Una carretera larga que se pierde en el horizonte. Rodeados de densa vegetación, el paisaje intercala el verde con tonos tierra, todo cubierto por el celeste manto del cielo, brillante e impoluto. Este es el camino que lleva a Una Gran Nación al corazón del bosque seco, donde el arte ha hecho su hogar.
Llegar a los pueblos de la Chiquitania es una experiencia bella y nostálgica a la vez. Algunos de nosotros tenemos un recuerdo de estas rutas, memorias de la infancia, cuando los viajes familiares nos traían por esta zona. Bajo una mirada superficial, nada parece haber cambiado. Pero sabemos que sí lo ha hecho. Las bellas iglesias barrocas y los árboles que viven aquí han presenciado mucho estos últimos años, desde terribles desastres hasta resurgimientos y nuevos proyectos.
Para descubrir esta increíble historia, UGN salió conformada por Martín Vargas, Pablo Mérida, Pablo Oh, Michelle Rivera y Pamela Prudencio. Además, en esta ocasión, Lenka Nemer, miss Bolivia, nos acompañó a descubrir la cultura y riqueza chiquitana. Con este equipo y con el apoyo de CEPAD, CEPAC y del hotel Villa Chiquitana, salimos en busca de la esencia misma de los pueblos de Chiquitos.
Preguntándonos qué es lo que define a la zona y quiénes están detrás de la belleza increíble que tiene. Pero esta vez, encontramos algo más.
No hay muchas palabras que den la talla para describir la sensación de entrar a la Chiquitania. Sólo mirando alrededor, este destino nos habla de largos años de historia, de siglos de desarrollo, de paz y de protección. De un santuario totalmente único en su especie. Un lugar donde la naturaleza es parte integral de la vida humana, donde la madera y las hojas son el cimiento de la sociedad.
La cultura de Chiquitos es una muestra de lo que el desarrollo armónico puede lograr. Todas las expresiones culturales que salen de aquí parecen ser parte de un mensaje único: la música nos habla del calor y del sol, del color de las flores y el correr del viento en la mañana. El sonido del violín, tocado por jóvenes y talentosas manos, se mezcla perfectamente con los sonidos del río, que corre libremente a través del bosque chiquitano.
Cada iglesia es un monumento al sincretismo, a la belleza de la cultura, reconocidas como Patrimonio de la Humanidad. Altos pilares tallados a mano, resistentes y viejos. Los campanarios bañados en la luz del sol, que observan desde sus tronos a los nietos y bisnietos de los pueblos a los que pertenecen, quienes todavía juegan a sus pies.
De los hogares y locales, un olor delicioso, de comida recién hecha. Sabores que sólo se encuentran en esta tierra, típicos del cálido oriente. Y en los mercados, hábiles artesanos, tallando en vivo la madera, recordando las antiguas enseñanzas de los abuelos con cada movimiento.
Es un ambiente hermoso, único y totalmente diferente. Toda esa riqueza que se ha mantenido durante años, cuidada y fortalecida por su propia comunidad. Porque, ¿quién ha cuidado de los árboles y tallado su madera?, ¿quién ha gestionado electricidad, servicios, hoteles, restaurantes y rutas turísticas?, ¿quiénes han aprendido de sus maestros el arte de la música y la han llevado a un nivel más alto?
La respuesta se encuentra en las personas que no han olvidado el valor de su propia tierra. Voluntades de hierro que han sacado adelante a sus localidades, a través del trabajo, el esfuerzo y la gestión.
Comunidades enteras que han trabajado para crear su propio paraíso, aquí, en el medio de la naturaleza. Gente dedicada que, lamentablemente, ha tenido que luchar con más fuerza estos últimos años.
El paraíso verde de la Chiquitania ha sufrido. Desde incendios insaciables, consumiendo vida a cada paso; hasta una pandemia ya demasiado larga, que ha evitado el ingreso y movimiento del turismo, tanto nacional como internacional. Esta zona, que ha invertido todo su esfuerzo en crecer, apoyados por muy pocos y con adversidades en el camino, hoy necesita de la atención y apoyo del país entero.
Una Gran Nación vivió una experiencia totalmente diferente en la tierra chiquitana. Rodeados de increíbles personas, paisajes hermosos y vida brillante y resistente, el equipo entendió la importancia de la región. Las Joyas del Oriente son la prueba viva de que la cultura lucha por su supervivencia. Desde los actos más sencillos, como comprar artesanías nacionales; hasta el esfuerzo de crear rutas turísticas culturales, como la Ruta Saborearte o la Ruta “Chiquitos Vive”, las comunidades del oriente seco han creado su propia forma de avance y desarrollo. Hoy, la Chiquitania es un destino perfecto para las almas aventureras, viajeros en busca de una cultura especial y rica o exploradores del paladar, quienes encontrarán aquí un sinfín de sabores típicos y deliciosos.
Entre los bosques y los caminos de tierra, el secreto del oriente empieza a levantarse de las cenizas. Con el apoyo de los bolivianos, esta zona está en camino a convertirse en el núcleo del desarrollo turístico, lleno de belleza, avance, esfuerzo y experiencias.
Pero, sobre todo, la Chiquitania está llena de un orgullo fiero e inquebrantable, que cada día nos recuerda que Bolivia es Una Gran Nación.
Fuente: lostiempos.com