Hace 20 años, el francés Jerome Maurice viajó por el continente americano en motocicleta y a su paso por el altiplano quedó maravillado con la parte occidental de Bolivia. Entre 2007 y 2008 volvió al país para realizar un documental y conoció las Misiones Jesuíticas de la Chiquitania. Cuando llegó San José de Chiquitos se enamoró del pueblo, de la naturaleza, de las costumbres y de su gente, por lo que decidió vender todas sus pertenencias en su país natal y trasladarse junto a su familia a su nuevo hogar.
En 2009, Maurice compró un terreno e hizo construir desde cero el Hotel Boutique La Villa Chiquitana, establecimiento que fue creciendo hasta que en 2018 recibió la categoría de cinco estrellas. El francés, que ahora tiene 48 años, participa de forma activa en todos los eventos que impulsan el turismo en San José y señala que la Carretera Bioceánica fue un pilar fundamental para que el sector crezca desde 2012.
“Llegué con mi esposa y mi primera hija; mis otras dos hijas nacieron acá, son más cambas que yo”, dice entre risas. Maurice es oriundo de Savoie, una región francesa fronteriza con Italia y Suiza, donde se practica el esquí, debido a la cercanía de los Alpes. El “trotamundos” cambió el clima templado-frío por el abrumante calor de la Chiquitania.
“Queremos mostrar la riqueza que hay en la Chiquitania, a nivel histórico por las Misiones Jesuíticas; a nivel cultural por su gastronomía; y a nivel de la naturaleza, porque hay un potencial muy poco conocido”, resalta.
De los Andes a la Chiquitania
Una de las infraestructuras más representativas de San José de Chiquitos es el templo misional en la plaza principal, que ha visto pasar la historia del pueblo. La infraestructura se comenzó a levantar como colegio misional por los jesuitas en 1745, luego fue utilizada como Gobernación por los españoles. En la República, los espacios fueron almacén de la estación de ferrocarril y allí también funcionó la primera unidad educativa del pueblo. Más adelante se convirtió en escuela de música.
La persona que guarda y transmite esa memoria histórica del complejo misional es Friné Torrico Orozco, una potosina que llegó a San José en 2006 junto a sus tres hijos, con el objetivo de restaurar las imágenes coloniales del establecimiento, labor que realizó con un grupo interdisciplinario y que demandó cuatro años de trabajo. Sin embargo, con el pasar el tiempo Friné se enamoró del lugar y se convirtió en una josesana más.
“Dicen que quien toma agua del Sutó se queda en San José, entonces como yo tomé, ya van 15 años que vivo acá. Es un lugar paradisíaco, son pueblos benignos. Es gente muy amable, muy sociable y hospitalaria; si va a cualquier domicilio le van a invitar a pasar para tomar un café. Son pueblos que conservan esa identidad, esa naturalidad e inocencia”, dice la responsable del plan de manejo del conjunto misional de San José.
Recalca que la importancia de las Misiones de la Chiquitania radica en que son las únicas que se conservan originalmente en Sudamérica. Los jesuitas fundaron misiones en Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay, pero en aquellos países sólo quedan ruinas o han sido reconstruidas con base en los planos originales. Agregó que en el proceso de restauración encontraron nueve capas de pintura sobrepuestas en las paredes: siete de tipo decorativo y las últimas dos capas de un solo color.
“Sólo en la Chiquitania se conservan originalmente la arquitectura, las pinturas y todo lo que los jesuitas dejaron, además de que se usa para lo que fueron creadas: la devoción a la fe cristiana. El trabajo que hemos hecho fue titánico, porque hemos sacado a mano capa por capa hasta llegar a la pintura original”, detalla Torrico.
Los hijos de la restauradora crecieron y ahora tiene un nieto. Además, una de sus hijas es violinista y ha participado en diversos eventos culturales.
Cambió el estrés por la paz
Ysrael Ribera Panoso es comandante de la Brigada Forestal Voluntaria Santa Cruz la Vieja, director de un canal de televisión, presidente del Barrio Avaroa, presidente de la asociación de artesanos La Pauroca e incluso hace de maestro de ceremonia en los diferentes eventos que se desarrollan en el municipio.
Este multifacético personaje, llegó de su natal Santa Cruz a San José en 2005, con el objetivo de realizar su trabajo dirigido para obtener la licenciatura en Agronomía de la Universidad Evangélica Boliviana. Pronto fue “adoptado” por el pueblo josesano, como él afirma.
Cuando Ribera se trasladó a San José, estaba recién divorciado y se hizo cargo de su hijo Ysrael de un año de edad. Luego se casaría con Carolina Toledo y tendrían a Isabela, adolescente que sueña con entrar al Cabildo Indígena para ser el “abuelo” (hombre con la máscara tradicional chiquitana).
El bombero, periodista, agrónomo y artesano tiene personalidad desinhibida. Su facilidad de palabra e iniciativa hicieron que se adapte rápidamente al nuevo ambiente y llegue a ocupar diversos puestos en el quehacer público.
“La vida aquí es más tranquila, nos conocemos con los vecinos, nos saludamos en la calle, charlamos, compartimos momentos y te invitan un café colau; mientras que cuando voy a Santa Cruz de la Sierra, en dos o tres días ya me estreso. Mi familia prefiere visitarme acá a que yo los visite”, relata.
Apunta que San José ha crecido bastante los últimos años: ahora tiene luz eléctrica las 24 horas, educación a la par de las grandes ciudades y por los diferentes emprendimientos, es fácil encontrar cualquier tipo de comida: sea pizza, pollo, hamburguesa y, por supuesto, platos típicos. Recalca que los incendios y la pandemia sacaron lo mejor del pueblo y que la solidaridad se reflejó en la recolección de alimentos, ropa y otros artículos para los bomberos y para los más necesitados.
“A pesar de los años, cuando paso por la plaza sigo mirando con detenimiento la iglesia porque es espectacular. Por otro lado, la variedad de actividades que realizo sólo puede ser posible en un pueblo tan solidario como San José. Aquí la vida es buena”, finaliza Ribera.
En la Pascana El Telar la familia Posiva demostró cómo se hace el tejido chiquitano de forma vertical, mientras se degustaba un masaco con un té de limón quemado al carbón. Asimismo, se visitó la Pascana Las Hamacas de la señora María Faldín. Estas dos pascanas forman parte de la ruta SaboreArte que está abierta todo el año.
También se visitó la Pascana La Siesta del Posoka de la señora Juana Tomichá, donde explicó como se preparan el pan y la empanada de arroz, y en la Pascana La Tranquera, el artesano matemático, Pitágoras, enseñó como se hacen las máscaras.
“Llegué a San José en 2009 con mi esposa y mi primera niña. Mis otras dos hijas nacieron acá, son dos cambas josesanas”.