Esta semana estoy en el denominado Paisaje Cultural Cafetero de Colombia. He venido para conocer el territorio, su narrativa y la poesía del café en origen. He ingresado al paisaje por la puerta de la ciudad de Pereira y, recién llegado, me sorprendieron con la ruta urbana que se integra con más de treintena de cafeterías certificadas que parecen laboratorios de alquimia para la degustación.
Pereira, capital del departamento de Risaralda es parte del territorio que en 2011 la Unesco declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad. He continuado con Salento en el departamento del Quindío, Chinchiná en el departamento de Caldas, donde dormí en una finca dedicada al cultivo del café y al turismo. Seguiré a Manizales y hasta donde el tiempo alcance en esta semana extraordinaria.
Desde hace cuatro años, por nuestras investigaciones en el Cepad relacionadas con las ciudades intermedias y el turismo, nos encontramos con la experiencia del paisaje y hemos mantenido una relación que nos enriquece en esta búsqueda de instrumentos para fortalecer nuestro desarrollo con esperanzas. Los colombianos lo han logrado y cuentan con una escuela generosa.
La visita se enriqueció con la compañía del historiador Sebastián Martínez, quien me permitió una primera comprensión de este fenómeno que he venido a estudiar y aprender. Sebastián relata la construcción de un proyecto económico y social desde finales del siglo XIX que generó unidad territorial y construyó fortaleza ciudadana, dotándose de una narrativa cultural, y que una generación de intelectuales desde Manizales le dieron sustento historiográfico y fundamentaron su desarrollo. Cuando se analiza lo alcanzado, no queda sino admirar un proceso de construcción que no fue lineal ni correspondió a una planificación previa, pero que supo aprovechar las coyunturas, confió en la gente y se impuso metas que hoy administran. El café colombiano tiene sello mundial.
De una aproximación al proceso colombiano y verificando nuestras potencialidades, ha surgido la propuesta de sembrar un cafetal del tamaño de Bolivia. Soy perfectamente consciente de las diferencias, los volúmenes y las proporciones, pero también advierto las potencialidades y posibilidades que se nos abren en momentos tan especiales como el que estamos viviendo. Sé, también, que no debemos perder el compromiso con las buenas noticias y sueño con nuestras ciudades intermedias de Samaipata, Buena Vista, Caranavi, Concepción, San Ignacio, Irupana, convertidas en rutas turísticas internacionales del café de grano boliviano.
Hemos planteado que el primer valor evidente es que, produciéndose el 96% del café boliviano en La Paz, por manos collas y yungueñas, resulta siendo un instrumento de unión nacional el someternos a su sabor y calidad como base de los 20 millones de tazas diarias que consumimos en Bolivia.
La curiosidad científica nos llevó a investigar a través de una encuesta encargada a Captura Consulting, el grado de penetración del consumo y su forma de satisfacerse. Tomando a las ciudades de Cochabamba, El Alto, La Paz y Santa Cruz, el 78% de los encuestados señaló que toma café cotidianamente. Y que el 20% toma café destilado y molido, el 52% lo toma instantáneo y soluble y un 28%, ambos por igual. Estos datos son extraordinariamente valiosos y los comparto, para comprender la potencialidad del mercado interno y las posibilidades de su incremento.
Esa es una de las razones de mi presencia en el Paisaje Cultural Cafetero de Colombia. ¿Cómo lograron los colombianos construir una identidad productiva y cultural que los llevó a aumentar sus capacidades territoriales, desarrollar tecnología e incrementar el consumo interno?
Vamos a trabajar juntos en la exploración de nuestras respuestas. Propongo el debate en momentos que la violencia nos confunde. Eso también lo saben los colombianos.
Gracias a los amigos de la Federación de Cafeteros de Colombia, quienes nos han abierto las puertas a las ideas prácticas y a los resultados.
Carlos Hugo Molina es abogado y ciudadano en ejercicio
Fuente: Página Siete