Por Lupe Cajías
El 26 de enero de 2019, Lupe Cajías recordará para siempre. Ese día, los acordes de violines subieron hasta su balcón de Santiago de Chiquitos. Había despertado el V Festival ConservArte Arte para la Conservación y la esperaba una jornada maravillosa.
El 26 de enero de 2019, Lupe Cajías recordará para siempre. Ese día, los acordes de violines subieron hasta su balcón de Santiago de Chiquitos. Había despertado el V Festival ConservArte Arte para la Conservación y la esperaba una jornada maravillosa.
No despuntaba aún el alba, el cielo cubierto con ese tono intenso que la Biblia llama la hora de las dos luces, me preparaba para observar las aves en el bosque, cuando desde la plaza hasta mi balcón subieron acordes de violines y tamboriles.
Era la serenata del amanecer de este bello sábado 26 de enero de 2019, dentro del programa del V Festival ConservArte Arte para la Conservación, cuando niños y jóvenes músicos locales, el sucrense Gustavo Orihuela unido a la fiesta, junto con los abuelos y con las abuelas de Santiago de Chiquitos recorrían las callejas del pueblo. Pura alegría.
Desde la ventana al parque sentía tanta felicidad por comprobar que Bolivia tiene aún habitantes que gustan de la paz y del amor; me invadía la emoción, desde las entrañas a los ojos. ¡Qué privilegiada!
Conocí Santiago primero de oídas, pues Miguel, camba neto, no dejaba de nombrar la hermosura de su pueblo, tanto que cuando pude consolidar uno de mis recorridos por los festivales de música renacentista me fui hasta allá. No había cómo llegar pues el camino desde San José estaba en construcción y el tren dejaba al pasajero, de noche, en la estación de Roboré. Mary, dueña del fino hotel boutique Beula, tuvo la gentileza de recogerme.
Desde entonces volví varias veces, incluso a la primera y aún tímida experiencia del ConservArte, pues estoy convencida que el periodista que no recorre el país se intoxica con la plaza Murillo y sus alrededores de imposturas y poderes pasajeros.
En esta ocasión, el regalo que recibimos cientos de visitantes, solo puede explicarse por una formidable alianza del municipio de Roboré con entidades de la sociedad civil encabezadas por el iniciador de la idea, el biólogo Steffen Reichle, que fue el primer soñador; por el Centro para la Participación y el Desarrollo Humano Sostenible (CEPAD), que se ha especializado exitosamente en impulsar el turismo sostenible y amable; con el apoyo y la logística del Gobierno Autónomo Municipal de Roboré y la Reserva Municipal de Vida Silvestre Tucabaca.
El alcalde Iván Quezada Dorado mostró su compromiso con la defensa del medioambiente y de la reserva de Tucabaca con su participación y de todo su equipo en cada una de las actividades. Es extraño encontrar a alguna autoridad que escucha con atención el concierto de los niños, comparte con los fotógrafos de su región, recorre 420 kilómetros ida y vuelta para estar a tiempo y escuchar a Vero Pérez y Efecto Mandarina, comparte el almuerzo comunitario con pintores y escultores.
Hace poco, la comunidad se movilizó para detener los intentos del gobierno central, vía INRA y ABT, para asentar presuntas comunidades ‘interculturales’ (quizá cocaleros) en pleno bosque. Aunque los forasteros llegaron a talar decenas de hectáreas, la movilización ganó el apoyo ciudadano. No basta bloquear, hay que empoderar a cada habitante de la zona para que comprenda que perder el núcleo del bosque seco chiquitano es adelantarse a una muerte lenta y a la obligada migración a las grandes ciudades.
Por ello, entre las muchas actividades, mereció un aplauso especial la danza del afrobrasileño (en San Pablo saben lo que es no tener aire limpio), pintado por el colla-camba Leoni y con la percusión del escultor tarijeño Diego Ferrufino. El público se esforzó por subir hasta el Mirador del Tucabaca para presenciar este performance plurimulti, como espejo del país y de la región. El bailarín representó al jaguar, este hermoso felino que está siendo exterminado de forma fatal por traficantes chinos que venden sus colmillos en su país para rituales diversos.
(Entre paréntesis, otra buena nueva es el Premio Rey de España a Roberto Navia y al periódico EL DEBER por denunciar esas mafias que están depredando la riqueza de la flora y fauna en Bolivia).
Al fondo, el inmenso mar verde que quieren preservar sus habitantes. ¡Ya perdimos el mar azul, estamos a tiempo de detener a los nuevos invasores!
Casi un centenar de artistas se desplazó en los cuatro días de fiesta: los jóvenes de Arterias Urbanas pintando el mural Cuidemos la Naturaleza, en la Alcaldía de Roboré; Roxana Hartmann con su mural sobre la mujer chiquitana al borde la de la plaza de Santiago de Chiquitos; decenas de fotógrafos locales, bolivianos y extranjeros mostrando la belleza del Tucabaca y de sus alrededores en el salón municipal; Leoni exponiendo cuadros que denuncian cómo la ‘geometría’ parcela el bosque y cómo todo está en venta, hasta el follaje de los árboles. También hubo esculturas realizadas por Ferrufino y por artistas locales, y las muestras de los artesanos chiquitanos. Al cierre, bajo el manto de la Vía Láctea, Leoni pintó un cuadro con la emblemática máscara de los abuelos chiquitanos. La obra fue subastada con gran entusiasmo por asistentes argentinos, locales, paceños, hasta que una joven dominicana radicada en Santa Cruz pagó la suma que ayudará a la Escuela de Música de Santiago.
Música típica chiquitana, tamboritas al aire libre, serenatas con violines y tambores, música oriental con Tapieté; los recitales de Teresa Morales y Mao Moreno, el concierto de Efecto Mandarina y el muy aplaudido Quartet de jazz dirigido por Gustavo Orihuela, estos tres últimos grupos llegados desde La Paz. Me impresionó el Trío Internacional con músicos checos y ucranianos aprovechando la acústica del bello templo barroco chiquitano.
Lo más original, el concierto de música clásica del Coro y Orquesta de Santiago de Chiquitos. El director del coro logró reunir a chicos y chicas de diferentes edades, tamaños, texturas, otra vez un retrato de la patria, donde el indígena chiquitano conquista con sus saberes al recién llegado europeo.
Uno de los puntos altos de las jornadas fue la conferencia de Richard Rivas, director del Área Protegida de Tucabaca. Con datos duros, sin demagogia, contó por qué es deber de todo boliviano defender esta zona, por qué es y debe mantenerse como protegida. Notable también el compromiso de los guardaparques, más aún cuando conocemos la falta de conciencia del Sernap nacional y cómo se ha maltratado a estos guardianes del bosque en muchos otros lugares del país.
En cada acto musical se tuvo palabras para el gran homenajeado del V Festival, el orureño César Espada, autor de Niña camba. Curioso que dos orureños compusieron las canciones más populares sobre la belleza cruceña.
Mientras, a lo largo del día, del alba al atardecer, el municipio de Roboré ofreció paseos mostrando la importancia de este destino turístico, que tiene pinturas rupestres escondidas en cuevas, chorros de agua cristalina, excursiones por el valle, caminatas para ver la salida del sol, para compartir el atardecer encima del Tucabaca, aguas termales, pozas.
Los hoteles estaban repletos y faltaron más servicios gastronómicos. Pero el hotel restaurant Churapa se encargó de atender a los turistas con comida típica.
Intensas jornadas, no aptas para los dormilones, llenas de naturaleza, de la belleza, de la creación del Señor -de la Divinidad-, de esa Madre Tierra tan violentada en otros lugares.
A la vez, la presencia de lo mejor del ser humano, la creación que también se convierte en deicidio para el goce de los sentidos, para la felicidad de los humanos.
Imposible no sentir la patria, el rincón de la nostalgia atávica que todos guardamos en algún rincón del corazón.
Fuente: EL DEBER