Resulta que la suma de algunas categorías llega a tener un valor de crecimiento expansivo en su impacto y sus resultados cuando éstas se relacionan inteligentemente entre sí. Eso es lo que está ocurriendo con las tres enunciadas en el título y que venimos estudiando y compartiendo.
Por nuestros estudios, estamos llegando a una fórmula virtuosa y demostrable empíricamente que se expresaría en el siguiente enunciado: en un país de gran extensión y poca población (Bolivia), que tiene áreas potenciales de aprovechamiento territorial que necesitan cohesión social (turismo), cuando se le suma la capacidad productiva rural ligada a la seguridad alimentaria y a productos nobles con mercado nacional e internacional (café), el factor tierra puede convertirse en unidad productiva agrícola real y modificar su calidad de instrumento de especulación y de exclusiva transacción política y comercial.
La ventaja del café es que reúne sobre sí las mejores cualidades sociales, productivas, económicas y sociales de un producto mundial de consumo masivo (el líquido de mayor consumo después del agua) y que puede servir de modelo para una lista larga de variedades agrícolas de excelencia como el cacao, asaí, amaranto, quinua, arándanos, chía, castaña, cayú, oca, cañahua, tuna, achiote, macadamia, almendra chiquitana, achachairú, piña, miel, plátano… que requieren similares exigencias y condiciones.
La unificación de las tres categorías se da en lo que en Cepad llamamos ciudades intermedias convertidas en nodos de articulación, servicios y cohesión territorial. Esta conclusión es el resultado de estudiar 25 ciudades intermedias en todo el territorio nacional, de realizar 10 encuentros internacionales sobre el tema y de haber reunido a 120 académicos de 18 países que estudian el fenómeno de la migración, el abandono de áreas rurales y la presión que sufren las zonas urbanas por el crecimiento no planificado de las ciudades.
Para avanzar en sus potencialidades, habrá que insistir en que las tres categorías necesitan convertirse en políticas públicas sinceras y urgentes si queremos aprovechar sus posibilidades. Necesitamos que estos ámbitos de acción económicos, sociales y productivos estén liberados de la consigna y la exigencia partidaria y se desarrolle en relación a ellos una respetuosa complementariedad público-privada que la sostenga. El gobierno debe regular el relacionamiento de actores que necesitan libertad y estímulo para producir.
En la recuperación del valor productivo de la tierra, podríamos lograr un escalamiento de la capacidad de desarrollo sostenible que tenemos actualmente y pasar de la seguridad alimentaria básica a otra de soberanía alimentaria competitiva, que nos permita dejar el lamento boliviano que no puede hacer nada cuando las patentes de especies como la quinua o el achachairú ya no nos pertenecen. Una labor responsable e inteligente, que ingrese a la ciencia y la tecnología y logre la denominación de origen para una cantidad extraordinaria de productos bolivianos que pelean en desventaja en los mercados internacionales, revalorizaría las propiedades agrícolas básicas que se dotaron en todo el territorio nacional desde la reforma agraria y que no logran generar excedentes a sus propietarios. Cuando comprobamos que la potencia productiva del café colombiano se asienta en la organización de 546.382 caficultores y que cada uno de ellos tiene un promedio de 1.5 hectáreas, tenemos la respuesta para comprender el desprecio que le tenemos a la tierra en Bolivia.
La encuesta que realizamos con Captura Consulting en octubre del 2021 arroja que sólo el 20 por ciento de los que tomamos café en las ciudades de Cochabamba, El Alto, La Paz y Santa Cruz lo hacemos de café molido y destilado de grano nacional; eso va unido a este dato: en 2018 el país exportó 1,4 millones de kilos de café gourmet por un valor de 9,3 millones de dólares, pero importó 3,2 millones kilos de café soluble/instantáneo por un valor de 15,5 millones de dólares. Esto demuestra que como Estado no estamos haciendo lo inteligente.
Las ciudades intermedias, el turismo y el café, siguen esperando.
Fuente: Los Tiempos