Magno Cornelio habla con soltura. Este joven chiquitano es uno de los guías turísticos que se hallan en todos los pueblos misionales de esta región oriental. Su capacitación es el resultado del Proyecto Misiones, iniciativa impulsada por la Cámara de Industria, Comercio y Turismo de Santa Cruz (Cainco) y el Centro para la Participación y el Desarrollo (Cepad).
Este proyecto busca impulsar el turismo en la Chiquitania a través de la recuperación y la difusión entre los propios habitantes de esta región de su cultura y de su historia. Una de esas actividades se desarrolló a finales de agosto. Se trató de los Festivales de Temporada de Música Barroca Renacentista.
Ocho orquestas y coros de la Chiquitania —compuestos en gran parte por niños y jóvenes— recorrieron por cuatro días las poblaciones misionales compartiendo su talento musical en las iglesias jesuíticas y empapándose de la historia de cada lugar.
Tradición musical
A los 11 años, Cristian Solís abandonó el juego de trompo por un violín. “Escuchaba lo que tocaban mis compañeros en el Club de Madres y me gustó el sonido”, señala el niño que a sus 13 años forma parte del Coro y Orquesta San Rafael. “Este violín que toco es del coro. Quisiera tener uno propio, pero cuesta 100 dólares”, complementa, mientras acaricia el instrumento que ahora domina. Unas horas más tarde, este joven interpretará junto a sus compañeros la Sonata XIX, de autor anónimo. Su público lo conforman los habitantes de la población de San Miguel.
Fue hace más de 250 años que los padres jesuitas fundaron una decena de pueblos para asentar a los indígenas y lograr de esta forma su conversión al cristianismo.
En la segunda mitad del siglo XVII, los religiosos de la Compañía de Jesús usaron la música como instrumento de evangelización —aprovechando el talento y gusto de estos indígenas por el arte—, produjeron un enorme caudal de partituras. Llegaron a esta región recono- cidos compositores y fabricantes de instrumentos musicales como Domenico Zipoli (1688-1726) y Martin Schmid (1694-1772). “Como las reducciones chiquitanas, a las cuales somos enviados, no tienen todavía órganos y los habitantes saben poco del arte musical, me hice construir aquí (Potosí), conforme a las instrucciones del Padre provincial, un órgano de seis registros que voy a llevar conmigo. (…) Todos los pueblos resuenan ya con mis órganos. He hecho un montón de instrumentos musicales de toda clase y he enseñado a los indios a tocarlos. No transcurre ningún día sin que se cante en nuestras iglesias. Todas estas artes musicales las enseño a los hijos de los indígenas. Vuestra Reverencia podría aquí observar cómo chicos que fueron arrebatados, hace sólo un año, a la jungla, junto con sus padres salvajes, cantan hoy bien y absolutamente firmes en el compás, tocan cítara, lira y órgano, y bailan con movimientos precisos y tan rítmicamente que pueden competir con los europeos mismos”, escribió en latín Schmid en 1744.
Uno de aquellos órganos aún resuena en la población de Santa Ana de Velasco. Y son los propios habitantes de esta localidad quienes han pasado de generación en generación las “mañas” requeridas para interpretar este instrumento.
“La tradición musical traída por los jesuitas es lo que unificó a todas las etnias que habitaban esta región antes de la llegada de los españoles. Y desde entonces nos comunicamos con la música”, asegura Julián Oreyai Yapori, director del Coro y Orquesta de San Rafael.
Este ensamble llegó hasta San Xavier como parte del programa del Festival de Temporada. Allí se puede observar a una gran parte de los ángeles que otrora fueron sepultados en el altar del templo.
Fueron los propios chiquitanos quienes a través del tallado reconstruyeron a los seres alados, reconstruyendo el legado jesuita.