Neruda hablaba de la mesa feliz, en torno a la que se comparte, se ríe, se goza y se saborea.
Los cocineros e investigadores nacionales van más allá, ahora debaten sobre ‘comer con la mente’. Y tuvieron el escenario propicio, el primer simposio denominado Sabores y Aromas que nos unen, realizado en instalaciones de la Universidad para el Desarrollo y la Innovación (UDI), con apoyo del Centro para la Participación y el Desarrollo Humano Sostenible (Cepad).
Durante toda una mañana, disertantes de las distintas regiones del país mostraron un delicioso y reflexivo panorama nacional. La historiadora Beatriz Rossells hizo una antología de la cocina boliviana; el chef Juan Pablo Gumiel preparó recetas chuquisaqueñas en vivo; el investigador Mariano Baptista Gumucio abordó la utopía cristiana en el Oriente. Más tarde, varios expertos culinarios compartieron, en vivo, recetas de sus tierras de origen. María Belén elaboró comida chapaca; André Novoa, de la zona amazónica; y Juan Pablo Reyes y Diego Lionel Rodas, de las tierras altas o andinas.
“Este es un simposio que busca poner en valor el patrimonio alimentario de Bolivia en general”, explicó Rubens Barbery, del Cepad. Inicialmente la actividad debía enmarcarse en el Festival Posoka de San José de Chiquitos, pero debido a los problemas políticos este se suspendió.
“Es un repaso de la gastronomía boliviana, refleja lo que es la gastronomía con identidad, desde el punto de vista del entorno, que hace que el plato exista; esta puesta en valor es extraordinaria para generar turismo, pero desde los actores locales”, explicó.
La mayoría de las actividades organizadas por el Cepad, con énfasis en la Chiquitania, conllevan el aspecto culinario, dentro de un conjunto que explota naturaleza, cultura, la música, etc. Es un trabajo titánico de articulación de actores, ese es el rol que queremos impulsar”, reconoce.
Según uno de los invitados más ilustres, el escritor e investigador Mariano Baptista Gumucio, que representó a La Paz, la gastronomía tiene el poder de unir a la gente. “Este tipo de eventos sirve para comer con la mente, dejar volar la imaginación, ver qué ingredientes tiene cada plato, de dónde vienen, qué decían las abuelas y cómo lo preparaban. Esa herencia es común, todo viene de la colonia, del mestizaje de dos culturas”, explicó.
“Bolivia tiene una enorme capacidad para volverse una potencia en gastronomía. La gente va a un restaurante y dice ‘qué rico’, pero saber de dónde vienen los frutos e ingredientes da valor añadido al sabor. Para lograr una revolución gastronómica, a la comida boliviana hace falta política de Estado. Tiene que dejar de ser cosa de élites y alcanzar a una población mayor”, enfatizó la historiadora Beatriz Rossells.
Fuente: El Deber